El Mercado de Hacienda de Liniers deja de operar donde lo hace desde 1901 y desde la próxima semana lo hará en su nueva sede en Cañuelas
13 de mayo de 202208:39
Mariana Reinke LA NACION
Llegó el momento. Fueron los últimos viajes que los camiones repletos de hacienda recorrieron por la Avenida Eva Perón rumbo al Mercado de Liniers. Hoy, con la última jornada de remates en la historia de ese mercado, el corazón del barrio de Mataderos dejará de estar impregnado por un olor particular y característico. Tampoco ya no se escucharán los mugidos de las vacas.
Fueron 121 años en los que, desde diferentes regiones del país, llegaron vacunos directo al atracadero para subastarse en esa plaza concentradora. Un predio referente de precios de la hacienda en pie para todo el país. El Mercado de Liniers, con su historia, se va a la localidad bonaerense de Cañuelas, sobre la ruta 6. El nuevo lugar será el Mercado Agroganadero (MAG). El traslado se hace para adaptarse a los tiempos y para tener una infraestructura totalmente moderna.
El MAG se construyó sobre un campo de 110 hectáreas sobre la ruta 6. Posee 55.000 metros cuadrados de pisos de hormigón para la hacienda, unas cuatro hectáreas de techo de acero para cubrir los 450 corrales de venta y 2750 metros de pasarelas aéreas. Entre otras características, tiene 17 atracaderos curvos, 300 corrales galvanizados en el sector de carga y descarga y las básculas para pesar los animales.
Generaciones enteras de matarifes y carniceros recorrieron las pasarelas del Mercado de Liniers suspendidas en el aire, buscando los mejores animales para su faena. Fueron cientos de peones que noche y día esperaron con sus caballos ensillados, atados al palenque, cerca de los muelles para descargar, encerrar, pesar y clasificar los lotes por categorías y calidad que al otro día se rematarían. Esas eran las rutinas que el personal debía seguir al pie de la letra.
El 21 de marzo de 1900 se faenó el primer animal y, en conmemoración a este acontecimiento se acuñó una moneda. Alrededor del mercado se desarrollaban y se instalaban diferentes comercios relacionados con la actividad carnicera y así comenzó a surgir un barrio al que se lo empezó a denominar Nueva Chicago, debido a que los conocedores decían que ese mercado nada tenía que envidiarle a los mercados de hacienda más modernos del mundo, en especial al emblemático de la ciudad norteamericana de Chicago. El 1° de mayo de 1901 fue cuando comenzó a funcionar de manera oficial.
También la feria de Mataderos se convirtió en un lugar atractivo para turistas y visitantes que disfrutaban de esa mística tradicionalista los fines de semana: había carreras de sortijas, desfiles, puestos de prendas gauchas y comidas típicas argentinas. Mientras tanto, las pasarelas envejecidas por el paso del tiempo resistían los embates de los años y a la ley 622 de la ciudad de Buenos Aires que, desde 2006, prohibió el ingreso de ganado en pie.
Con 53 años, Freddy Cáceres, capataz de la firma consignataria Sáenz Valiente, Bullrich & Cía., nunca imaginó que este momento iba a llegar. Hay un dejo de tristeza en su voz. La explicación de su estado de ánimo es simple: cuando tenía diez años un día llegó al mercado con una canasta llena de churros para vender pero a los tres días esa canasta quedó en su casa. Comenzó a ayudar allí a la “gente grande”
Cebando mate, limpiando camas de caballos, lavando sudaderas y cincha o barriendo, al estilo del peón Segundo Molina del autor Víctor Abel Giménez, desde entonces fue aprendiendo el oficio, se fue quedando y el mercado de hacienda se convirtió en su segunda casa. También la de su hijo. El resto del personal suele ser de la zona. En su mayoría viven en Ciudad Oculta, barrio ubicado enfrente al Mercado. Otros son del complejo del Barrio Los Perales.
Cáceres se baja de su picazo, retira su boina y saluda, aun conserva esas viejas tradiciones de campo. Agarra su mate, su fiel compañero de todas esas noches eternas de grandes remisiones y dice cabizbajo: “Mi vida está acá, dentro del Mercado, he pasado más tiempo acá que en mi propia casa. Podría escribir cinco libros, con diez tomos cada uno, de anécdotas, de gente que pasó por acá. La vida me ha regalado ser parte de este mercado maravilloso. Se me caen las lágrimas de solo pensar que esto no va a existir más”.
Un nudo en la garganta sintetiza el símbolo de su congoja. Si bien sabe que irán a un lugar más moderno, donde el trabajo será más llevadero y cómodo, fueron más de 40 años en ese predio. Conoce al dedillo cada rincón de las más de 30 hectáreas que ocupa.
Aun recuerda la marcha a caballo hacia Plaza de Mayo que hicieron cuando la carne tenía el 21% de IVA. “Algunos decían que era descabellado hacerlo pero igual encaramos. Éramos más de 600 peones de a caballo. Fue impresionante. Carlos Menem era el presidente y él mismo nos recibió. En una semana bajó el IVA de la carne a 10,5%. A partir de ahí el Mercado se reactivó y tomó fuerza de nuevo”, recuerda.
A unas 15 cuadras de allí está la casa de Rafael Andrés. Desde hace tiempo que vive allí y, si bien dejó de ir al Mercado, con sus 91 años aún es toda una institución. Desde los 17 y hasta que un accidente a caballo a sus 85 lo obligó a retirarse de las pasarelas, fue un referente para muchos que llegaban sin saber nada de hacienda. También comenzó cebando mate, luego fue peón, capataz, encargado general, comprador de hacienda para un frigorífico, hasta llegar a ser parte de una consignataria.
Su memoria sigue intacta. “Desde que comencé a trabajar ahí me levantaba a las tres de la mañana y como vivía a solo 15 cuadras, para las tres y media ya estaba en el mercado. Con este trabajo pude tener mi casa, crié y eduqué a mis hijos. Me mudé cerca porque desde un principio supe que este iba a ser mi trabajo para toda mi vida. Se extraña todo eso, éramos una gran comunidad pero me quedaron buenos amigos”, cuenta.
Recuerda cómo en los primeros tiempos la hacienda llegaba en tren hasta Aldo Bonzi y de allí por arreo por la exavenida del Trabajo (hoy avenida Eva Perón). “Eran trenes con cientos de vagones. También estaban el mercado de los porcinos, con 12.000 chanchos por día, y el de los ovinos, con 60.000 lanares. Fue una época de gloria, estaban todos los frigoríficos ingleses que exportaban y había 20.000 cabezas vacunos por día”, describe.
Desde chico, Genaro Morrone, junto a su hermano Daniel, acompañaba al Mercado a Don Chicho, su padre que era matarife y que falleció hace unos años. También recuerda las grandes cantidades de hacienda que entraban por los años 70.
“Eran subastas interminables pero era muy lindo ir al Mercado. Teniendo solo nueve años ya mi padre me encomendaba comprar animales. A los 16 años ya me largué a trabajar solo y fueron muchas las personas que me dieron una mano en mi crecimiento comercial”, rememora.
No puede olvidar “un puesto de lata, donde en pleno invierno se hacían unos mondongos hermosos y antes de empezar a trabajar, a eso de las 5 de la madrugada, se comían unos platos que eran terribles de ricos”. También señala que con los años la llegada de la tecnología ayudó a que las cosas fueran más simples y sencillas: “Antes era todo a pulmón”, recuerda.
Para el consignatario Andrés Mendizábal, el Mercado de Liniers es la muestra de lo que realmente debe ser un mercado, con el libre juego de oferta y demanda. “La gente siempre espera ver los precios del mercado para hacer sus transacciones: es el termómetro de la ganadería, donde la competencia perfecciona”, dice.
En el mercado, los Mendizábal ya son tercera generación de consignatarios. Su padre, Andrés Juan, que trabajaba en un almacén de Ramos Generales en Daireaux, provincia de Buenos Aires, fue quien en 1951 decidió venir a Buenos Aires y fundar la firma. En 1957, pudo entrar a comercializar en esa plaza concentradora. Desde chico lo acompañó e iba aprendiendo el oficio de martillero. En la actualidad es su hijo, con su mismo nombre, quien está al frente de la empresa.
“Siendo chico, lo que más me llamaba la atención era el movimiento que había y el volumen impresionante de hacienda. Desde arriba de las casillas, veía pasar todas las tropas que iban para el frigorífico Nacional Lisandro de la Torre, que estaba al lado del mercado. Era manejado por la Corporación Argentina de Productores de Carnes (CAP), como una empresa testigo para defender los precios de la hacienda de los ganaderos de las actitudes abusivas de los frigoríficos ingleses y americanos que había en ese entonces”, detalla.
Otra cosa que rememora el consignatario es cuando llegaba al mercado la hacienda en los vagones de tren. “La línea más importante era el Sarmiento, pero los peones le decían el tren del oeste. Cada vagón podía cargar hasta 30 novillos. Muchas veces se atrasaba la llegada y cuando oían que se aproximaba la formación enseguida la gente de a caballo salía al galope hacia el atracadero para traer las tropas y que no se atrase la subasta. Otra cosa importante era también el cálculo previo antes del remate del peso de la hacienda, por eso había que tener una buena balanza en el ojo”, dice.
Hace un tiempo que Mendizábal tampoco concurre al Mercado, dejó el lugar a las nuevas generaciones de jóvenes que tienen el ímpetu para innovar y seguir adelante. Cañuelas será una vuelta a empezar. Mariana Reinke